Sé bienvenido, viajero, pues tus pasos te han llevado a Valsorth, tierra de maravilla y misterio, lugar donde la aventura aguarda detrás de cada colina de perfil amenazador, en lo profundo de un bosque tenebroso o en el interior de un templo erigido a un dios de nombre olvidado. Si eres valeroso, recompensas que jamás hubieses soñado serán tuyas, pero si tu coraje desfallece, tus huesos reposarán en una tumba sin nombre.

08 junio, 2010

01 Invasores de Oakhorst


Para la primera aventura decidí adaptar “Invasores de Oakhorst” un módulo que hay rulando por ahí para D&D cuarta, cambiando algunas cosas, quedo algo así:

Prólogo: El joven dragón negro Nightscale había estado buscando una forma de expandir su influencia y su tesoro durante algunos años. Cuando Varkaze, el líder de una banda de Orkos, fue a rendirle tributo, aceptó con entusiasmo la oportunidad de usar a los Orkos para conseguir territorio. Nightscale y algunos Orkos establecieron una base de operaciones cerca de la aldea de Oakhorst, con la intención de que ésta fuese abandonada.

Tras arduas discusiones, el grupo decidió viajar en busca del Valle de Elantria, sólo con lo poco que sabían Azariel y Lothar. En una aldea cercana a la Posada de la Vieja Mae compraron caballos para todos (Ar se compro otro para portar su equipo), comida y equipo de viaje. Así pues partieron de un poco al sur de Ereshar, con dirección este, hacia el norte de las Terasdur.

El invierno comenzaba a asentarse duro y frío, sobre todo en el norte. El grupo viajó por llanuras salpicadas de bosques, colinas y granjas. La llovizna les perseguía y enfriaba. Por las noches, Azariel amenizaba la cena con leyendas e historia en iguales dosis, puesto que sus conocimientos eran muy amplios. Tras tres días de viaje, la llovizna se transformo en lluvia, llegó la tormenta. Para comer pararon en un viejo refugio de leñadores, donde encendieron un fuego. Mientras comían todos escucharon el fuerte sonar de multitud de cascos de caballo. De dirección suroeste se acercaba un amplio número de jinetes. Cuando se acercaron más, la Compaña vio que se trataba de caballeros de Stumlad, doce para ser exactos. El capitán de los caballeros, Randwell pidió permiso para compartir el refugio con el grupo. Tras unas miradas suspicaces a los elfos del grupo, los caballeros se mezclan con el grupo (jugando una partida de dados Morkainen, Ar y Vezlot con tres caballeros). Randwell le pregunto a Morkainen a donde se dirigían, éste contestó que a las colinas Terasdur, a la caza de mamuths, así que el capitán le propuso compartir viaje hasta el bastión de vigilancia de los caballeros ya que también estaba hacía el este. Cabalgaron toda la tarde con los caballeros. Esa noche Ar se lo pasó especialmente bien con un caballero de mediana edad, tuerto y algo amanerado en su trato.

El siguiente día amaneció sin lluvia, pero muy muy frío. Compartieron viaje con los caballeros hasta el fuerte que estos tenían a un día de viaje de las Terasdur. Un empalizada de un metro de piedra, y troncos que subían la medida de la pequeña muralla a los tres metros, protegían la guarnición. Mientras los caballeros entraban, Randwell le preguntó a Morkainen si querían entrar y descansar, el sargento le respondió que no, que llevaban prisa. El Capitán caballero le deseó suerte con los mamuths, aunque le extrañaba que no llevaran largas lanzas de caza. Randwell sonrío levemente y cruzó el pequeño puente levadizo.

Tras otro día de duro viaje la Compaña llegó a la pequeña aldea de Oakhorst, justo al píe de las Terasdur. La aldea no era más que una pequeña posada y un molino como núcleo de una docena de granjas dispersas. Todo parecía desierto, sin un alma. Cercas rotas, cristales rotos, huertos pisados y destrozados, restos de gallinas... El grupo se puso en guardia, algo sucedía. Todos desenfundaron sus armas y aprestaron para el combate. Tenían la esperanza de descansar y comer en un buen sitio para luego partir en la difícil busqueda del valle de Elantria, pero parece ser que el destino no les iba a dejar. De repente un joven pueblerino salió de una de las granjas, parece ser que les confundió con caballeros de Stumlad, y les sugirió que descansaran en la Posada de Oakhorst, hasta que localizase a Teren, el anciano de la aldea, para que hablará con ellos.

Teren, cercano a la centena, les suplicó su ayuda. Él si se dio cuenta de que eran aventureros y no caballeros, aun así dijo que Oakhorst les necesitaba a toda costa. Orkos habían estado acosando la aldea durante las noches, robando pollos, matando ovejas, rompiendo ventanas y quitando verjas, y, dadas las circunstancias, siendo un auténtico incordio. Los lugareños no habían visto a las criaturas salvo por unos ojos rojos brillando en la oscuridad, pero las criaturas dejaron huellas que los rastreadores identificaron como de orkos. Los ataques comenzaron hace quince días. Tras negociar trasegando buen vino y mejor estofado, Teren les ofreció 50 piezas de plata y todo el grano que puedan cargar como recompensa por encargarse de los invasores –todo lo que pueden conseguir las pobres gentes de Oakhorst-.

Tras pensarlo, no demasiado, la verdad, el grupo decidió ayudar a los habitantes de Oakhorst, Lothar pidió que viniera el mejor cazador de la zona para preguntarle sobre las huellas. Teren les dijo que William, pues así se llamaba, estaría al anochecer en la posada. Entretanto la compañía decidió investigar las huellas.

Un reguero de destrucción fácilmente identificable llevó a la Oscura Compaña a dos millas hacia el noreste a través de unas colinas boscosas y cada vez más nevadas, terminando en una estrecha cueva en la base de un gran cerro de piedra. Las montañas se dibujaban por detrás. Un oscuro y retorcido pasillo que olía a humedad y a animal muerto descendía en la roca.

Mandaron explorar a Vezlot y le siguieron a cierta distancia, la habilidad del elfo oscuro era asombrosa y allí en la caverna, más aun. Azariel se protegió con conjuros y encantamientos. Entraron una gran caverna húmeda alumbrada por una pequeña fogata en el centro, en la que dos pollos se estaban asando. Un pequeño riachuelo entraba en la caverna descendiendo de un pasillo en la pared opuesta, formando un pequeño charco en el muro noroeste. A la izquierda, una serie de escalones llevaban hasta un pasillo ascendente, mientras un estrecho pasillo salía de la caverna a la derecha. El elfo descubrió un pequeño grupo de orkos, informó y decidieron atacar por sorpresa. Azariel durmió a uno que parecía vigilar a la derecha y a dos que estaban cocinando en el fuego. Morkainen, Ar, y el resto de mercenarios avanzaron machacando a los que quedaron. Lothar comenzó a avanzar con el arco preparado hacia el pasillo de la derecha, cuatro orkos, también enclenques avanzaba alarmados y armados. Con un rápido y certero disparo en un ojo acabó con uno de ellos. Ar y Morkainen cargaron contra ellos, pero cuando llegaron ya sólo quedaban dos, puesto que la elfa maga había dormido al resto.
Sólo uno sobrevivió y Vezlot le siguió y mató.

Acto seguido un par de okcos hechos y derechos la emprendieron a flechazos con Azariel y la bárbara, habían aparecido por el pasillo de la izquierda, algo elevado. Ar, tras observar como caían los dardos a su alrededor se acerco gentilmente a darles las gracias por tener tan mala puntería con un par de hachazos.

Exploraron el pasillo de la derecha, que acababa en lo que parecía la alcoba de algún tipo de criatura, orkos, por el tipo de catres y sucidad.
Vuelta la calma, recuperaron el aliento. El otro túnel se elevaba y conducía a una caverna, si cabe más sucia aún, con restos de pelo y comida, era de buen tamaño y en cuyo fondo podía entreverse la silueta de un trono y tras él una pequeña figura huesuda y patética que decía llamarse Meepo, así pues, “el rey” de los esqueléticos y famélicos orkos. La pequeña criatura no estaba tan desvalida como parecía ya que tenía como mascota una araña del tamaño de un poni, llamada Ix. Lothar tuvo la desgracia de probar su veneno, pero el grupo dio cuenta del monstruo rápidamente, capturando al rey de los orcos enclenques.

Las pintadas de las paredes estaban pintarrajeadas en Orkan usando sangre de pollo, y ponían cosas que Azariel tradujo como: “¡Arrodillaos ante Meepo!”, “¡Meepo el grande!”, “¡Nunca más amigo de dragones!”, “¡Los grandes Orkos me chupan un huevo!” y similares cosas sin sentido.

Tras interrogar a Meepo descubrieron que al parecer un chaman orco había tomado el liderazgo e incluso algo peor, algo oscuro y terrible, la noche con alas, como decía Meepo, habitaba en los túneles, lo que hacía que el pequeño trasgo se meara encima solo de recordarlo. Esto, unido a su, ya peculiar tufillo, los hizo plantear el prenderle fuego, pero al final decidieron dejarlo amordazado en la caverna de la entrada.

Resueltos y risueños decidieron terminar la exploración, y tomaron el camino de la pequeña gruta por la que bajaba un riachuelo. Tras cruzarlo y seguirlo durante lo que parecía una eternidad, Vezlot dio con lo que parecía un puesto de guardia, cruzando, de nuevo, la estrecha y serpenteante corriente, una habitación de tamaño moderado estaba alumbrada por una fogata en la esquina noreste. Dos estandartes con una bandera roja con un puño de hierro negro colgaban de las paredes, y cuatro camastros estaban colocados en la periferia. Varios orcos mejor alimentados que los que habían dejado atrás, discutían algo alrededor de una recia mesa de madera y un mapa. La legendaria pericia de los elfos oscuros en el sigilo abandonó a Vezlot por un segundo. Todos los orkos se giraron hacia el grupo. El que parecía jefe y además hechicero juju (como dijo Meepo) ladró unas escuetas órdenes. Giraron la mesa y se protegieron de ella, y Verkaze (pues así se llamaba el shaman) apunto con la rapidez del rayo al grupo, de su boca brotaron extrañas palabras y de sus dedos componentes mágicos que en el aire se transformaron en una enorme bola de fuego, ésta exploto en una mezcla de caos y fuego, los peor parados fueron Lothar y Vezlot que volaron por los aires envueltos en llamas e inconscientes. El resto se salvaron de milagro.
Un calvo y humeante sargento salió del riachuelo al que había conseguido lanzarse cuando exploto la bola de fuego, y cargo como un endemoniado sobre el shaman orco, cortándole la cabeza de un solo tajo. La magia de Azariel y el hacha de Ar acabaron la fiesta rápidamente.
La bárbara sorprendió a todos cuando descubrieron que no sólo sabia partir cabezas con siniestra maestría; tras elevar un canto en su lengua norteña y colocar las manos sobre sus moribundos compañeros, las quemaduras de Lothar y Vezlot se curaron con rapidez, aunque debió conjurar más de lo recomendable, pues su salud también se resistió, pero ella desdeño con un gesto su propio cansancio y volvió a cantar al Dios de la Montaña para que curase, en este caso a Lothar. Más tarde murmuró un poco mohína que de niña casi la enseñan los caminos shamanicos, puesto que era hábil en ellos, pero los desdeño y cambió por el hacha y la muerte.

Continuaron, cansados ya y todos, en mayor o menor medida, heridos, por la gruta en la que discurría el riachuelo, tras andar un buen trecho llegaron a una caverna enorme, con un lago subterráneo. La cámara estaba iluminada en suelo y techo por unos líquenes fosforescentes de luces fantasmagóricas verdes y moradas. El sonido del chapoteo del agua hacia el noroeste indicaba, donde una cascada caía desde una abertura a unos seis metros y medio sobre la pared sobre el lago. Detrás de este, una repisa a 6 metros de altura sobre el muro norte rodeaba toda la cámara, por la apertura se apreciaba algo de luz natural, de las estrellas, quizá la salida de aquel laberinto de cuevas. Los muros estaban cubiertos con dibujos que relucían con luz fosforescente, representaban a una gran criatura volando desde una montaña con forma de un gran colmillo, acompañado por muchos pequeños criaturas con rasgos de lagarto arrasando los pueblos humanos. En el centro del lago había un pequeño islote. Y sobre éste, la noche con alas, un gran lagarto de escamas negras enroscado en las piedras de la isla. El enorme reptil abrió un ojo dio un salto al aire, desplegó sus correosas alas y se zambulló en el oscuro lago.

El miedo recorrió a todo el grupo, sobre todo a Lothar y Morkainen, a juzgar por sus palidecidos rostros. El dragón surgió del lago rápido como el relámpago, apunto a la elfa y escupió un chorro de ácido, Lothar bastante cerca, también se vio afectado. Pero ambos parece que reaccionaron rápido y se tiraron al suelo, resultando, sólo, salpicados. La reacción de la hechicera elfa fue instantánea, unos dardos azules de chisporreante magia golpearon una enorme estalactita encima justo del dragón. La estalactita aguanto, pero se resquebrajó. Vezlot sacó una daga y se la arrojo al dragón, intentando darle en la cara buscando un punto débil, pero fallo, el reptil se movía muy deprisa pese a su tamaño (casi cinco metros). Las flechas del arco de Lothar rebotaban en la dura piel del dragón. Morkainen no podía alcanzar al dragón pues se mantenía a varios metros de altura aleteando, así que decidió terminar el trabajo de Azariel sobre la estalactita, lanzó una daga, clavándola justo en una de las grietas horizontales que había causado Azariel, eso terminó de romperla. Una lluvia de rocas cayó sobre la criatura con un terrible estruendo y mientras ésta intentaba sacar la cabeza del agua, Ruadh cogió carrerilla y se lanzo sobre la enorme cabeza con su hacha bien dispuesta, pero aunque el golpe fue duro, no fue suficiente para acabar con la malherida bestia, la cual lanzaba chorros de acido como si de una fuente se tratase.
La caverna comenzó a temblar. Viendo la situación el grupo se dispuso a huir. Atrás quedaron Lothar y Morkainen, que intentaron sacar del lago a la barbará lanzándola una cuerda desde la repisa, el techo, dañado por el acido del dragón, se derrumbaba, y enormes rocas amenazaban con aplastar a nuestros héroes, los cuales se afanaban tirando de la cuerda para sacar a Ruadh del agua.
La suerte estaba echada, con un estruendo terrible, el techo de la caverna se derrumbo. Después sólo hubo caos, Vezlot consiguió saltar en el último momento, pero ni eso fue suficiente para evitar los escombros, quedó sepultado, media montaña se había derribado. Azariel casi fuera ya por el túnel, veía la luz de la luna, estaba a escasos metros de la superficie cuando un cascote la cayó en la cabeza y la dejó inconsciente. Tras subir la cuerda, Ruadh, Morkainen y Lothar corrieron como almas que lleva el diablo, pero se les vino encima la roca más grande, la bárbara y el sargento se echaron cada uno a un lado, pero la enorme roca aplasto de muerte a Lothar. Morkainen y la salvaje quedaron aplastados por metro y medio de roca y escombro, pero vivos.
Pasó el tiempo y el polvo fue asentándose. Una figura reptaba entre las rocas, demasiado herida para ponerse en pie. La bárbara, Ruadh, vio como hombres tan grandes como casas y de piel azulada como un tempano de hielo, se acercaban hablando en una lengua que no le era del todo desconocida. Eran gigantes azules. Apartaron rocas y los elevaron a sus hombros, parecían llevarles con todo lo que se podía rescatar. La bárbara cerró los ojos y de dejó llevar por el cansancio y las heridas, quedó inconsciente.

Epílogo: Dos días después. Los restos del derrumbe se agitaron, una piedra se apartó, se escuchó un siseo en la oscura noche, varios cascotes salieron despedidos con enorme fuerza y una garra negra, más oscura que la noche se posó.

Un noble saludo.-

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